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miércoles, 19 de junio de 2013

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Mi conciencia cayó en un oscuro y negro sopor. Por unos instantes flotó en el cómodo embotamiento de la intoxicación etílica y quién sabe hasta cuándo habría disfrutado de ese privilegio... si el gilipuertas de Ajniöl no se hubiese dejado caer a mi lado, poniéndome al borde del paro cardíaco.

–¡Alférez Orejas, reportándose, mi suboficial! – dijo combinando saludo militar y eructo, en un alarde de precisión castrense.

–¡Joder! ¡Casi me matas!

Él me miró de arriba abajo.

No parece que haga falta mucho comentó arrastrando la lengua¡sólo la bolsa de plástico y la etiqueta! ¡Ja, ja, ja!

–Ya, imbécil. Tira tu aliento para otro lado ¿quieres? Huele a queso azul quemándose en una lata con gasolina...

Eeeeh...–exclamó alzando las manos como un predicador. –¿Y a ti qué coño te pasa? ¡No hace falta ponerse desagradable! Se supone que deberías estar allí, festejando, no aquí...haciendo... lo que sea que estés haciendo, joder.

–Déjame en paz, ¿vale? Cada uno lo festeja como quiere.

–No, si lo del festejo se te nota de lejos. Venga ya. Debería mandarte al calabozo por no estar pasándotelo bien, porque si no lo recuerdas, además de ser tu superior inmediato, ¡hip!, te he salvado el culo en más de una ocasión y eso me da autoridad extra.

–¿En más de una? Vas a tener que refrescarme la memoria, alférez inmediato y superior de los huevos, porque no recuerdo otra ocasión, aparte de lo del pantano de Pavlem, en que un novato como tú me sacase las castañas del fuego...

–¿Aaah, así que ahora me vienes con ésas? ¿No recuerdas, en la entrada del búnker? ¿Eh?

–¿Búnker? ¿Estás de coña? Con este pedo apenas me acuerdo de mi nombre... y tu vas y me dices “el bunker”. He visto más búnkeres que mujeres estos últimos años ¿Cuál de ellos? ¿El de Mirianna?

–No, tonto del culo, el otro, el de la Cota 435 de Las Piedras Pardas.

–¿El de la Co...? Vamos a ver, ¿dices que ahí me salvaste el culo? ¿Me tomas el pelo?

–Estábamos en la entrada del segundo búnker que acabábamos, ¡hip!, de limpiar de esa gentuza que hasta hoy por la mañana llamábamos enemigos, cuando nos lanzaron una “piña” 4 y yo...

Ey, ey, para el carro, para ahí, ¿vale? Tu estabas papando moscas en la entrada del maldito búnker y la granada te cayó justo sobre el pié, ¡sólo tuviste que sacudir la puta pierna! ¡sin mencionar que estabas salvando tu propio culo!

–Menudo malagradecido...imagínate que yo no hubiese estado ahí. Hoy estaría hablando con una bolsa de plástico llena de carne picada, ya te digo...

–Menudo morro tienes tú, Orejas – empecé a reírme y fue como una reacción en cadena. Acabamos riéndonos a carcajadas, como en los viejos tiempos, cuando no sabíamos si al día siguiente uno de los dos tendría que enterrar al otro.

–Venga, tío, suelta eso que tienes atorado ahí–. Dijo secándose las lágrimas provocadas por la risa.

–Antes pásame esa botella.

–Ah, ah, ah. De eso nada, macho, quiero que me hables, no que te duermas...o me vomites encima.

Y me lo dice el tipo con el pedo más grande que he visto en mi vida...Vale, joder, ¿qué quieres de mí? ¿Qué puedo decirte para que te vayas a tomar por culo de una puta vez?

–Tu no quieres que me vaya –dijo apretándome el cuello con su manaza– tu quieres soltarme toda esa mierda que te está amargando la vida.

–¡Me vas a romper el cuello, cabronazo!

Dejó mi pobre pescuezo y cogió la botella. Le dio un largo beso y se quedó esperando.

–¿Qué quieres saber, maldita sea ?

–Relájate, tío, o te va a dar algo...vale, de acuerdo, te dejo echar un traguito, pero no te pases– dijo ofreciéndome la botella.

Yo no me negué. El vino de arroz se abrió paso una vez más dentro de mí, como lava ardiente.

Desde atrás nos llegó la brisa del este y fue como si la soledad de la llanura se nos posase en las espaldas, pesada y sorda como una gárgola.

Pero frente a nosotros, a unos veinte metros, había otro mundo, uno donde la juerga continuaba sin notar nuestra ausencia. Entonces, un millón de grillos se nos echaron encima rascando furiosamente sus alas, llenando el aire con una única y áspera nota repetida hasta el infinito.




4 piña: nombre que comúnmente dan los soldados a las granadas de fragmentación. Su carcasa dividida en celdas recordaba esa forma.