4
Sentí una punzada caliente entre los dedos y el cigarrillo salió
disparado en dirección desconocida acompañado de un buen juramento.
El dolor me había devuelto a aquel viejo Huk y a sus remaches
taladrándome las nalgas. Ajniöl había dejado de ametrallar el aire
con palabras y Viggs ya no rascaba el bote de judías. Mientras
soplaba mis dedos, apareció el musculoso corpachón uniformado del
capitán Derragër, como un mal recuerdo en un día bonito.
Derragër no era demasiado querido en el batallón.
Corrijo,
no era nada
querido en el batallón.
Todos, alguna vez, habíamos acariciado la idea de acabar con él de una forma lenta y dolorosa. Extraoficialmente, se le conocía como “Capitán Sacaculo”, ya que poseía una extraordinaria habilidad para poner su trasero a salvo. Derragër era un gran devoto de sí mismo, no le importaba fastidiarle la vida a nadie si eso le beneficiaba y quedarse con el mérito de otros no le causaba ningún conflicto. Acumulaba un verdadero récord de informes levantados en su contra, informes que alguien, haciendo la vista gorda, archivaría en algún oscuro rincón de la burocracia militar.
Todos, alguna vez, habíamos acariciado la idea de acabar con él de una forma lenta y dolorosa. Extraoficialmente, se le conocía como “Capitán Sacaculo”, ya que poseía una extraordinaria habilidad para poner su trasero a salvo. Derragër era un gran devoto de sí mismo, no le importaba fastidiarle la vida a nadie si eso le beneficiaba y quedarse con el mérito de otros no le causaba ningún conflicto. Acumulaba un verdadero récord de informes levantados en su contra, informes que alguien, haciendo la vista gorda, archivaría en algún oscuro rincón de la burocracia militar.
Personalmente,
nunca entendí cómo se había librado del “önchdud”3,
siendo
como era, un hijo de puta de mucho cuidado.
Yo ni siquiera me molesté en bajar de mi sitio para cuadrarme –como
correspondería ante un superior –
pero él hizo como que no se daba cuenta (seguramente porque entre
nosotros había un asunto pendiente que él no tenía demasiado
interés en aclarar, así que me evitaba todo lo que podía).
Saludamos sus galones con el automático desprecio de siempre,
esperanzados en que su visita durase tanto como una meada en una
carretera caliente y pudiésemos seguir con nuestras vidas –ya
lo bastante miserables, por cierto, como para encima tener que
soportar su presencia. Pero ese día se había quedado allí, clavado
como un poste ante nosotros.
“Esto no puede ser bueno”, pensé girando la cabeza hacia Viggs
con la ilusión de entender algo de todo aquello, pero él me
devolvió una cara de “¿y a este pájaro que le pasa?” para
luego mirar al Orejas, quien a modo de respuesta torció los labios y
se encogió de hombros.
Un fuerte carraspeo interrumpió nuestro lenguaje facial. Nuestro
amado capitán infló su enorme tórax para luego soltarnos un breve
y mal ensayado discurso con el que nos puso al tanto de que la guerra
había acabado. Casi sin creérmelo escuchaba cómo el monstruo
había dado sus últimos pataleos sobre una mesa rodeada de generales
y fotógrafos, cómo el otrora orgulloso enemigo, había firmado su
humillante rendición incondicional.
–Se
ha terminado toda esta mierda caballeros –concluyó Derragër, con
fingida solemnidad –, seréis desmovilizados con carácter
inmediato. Continúen.
Saludó
brevemente, giró sobre sus enormes y relucientes botas
y salió presuroso rumbo a otro grupo de soldados, seguramente para
repetir su numerito, oscilando lo brazos igual que en una parada
militar, como si las fuerzas celestiales lo hubiesen designado
nuestro ángel mensajero de la paz.
–Para
una noticia buena, tenía que dárnosla un hijoeputa – reflexionó
Viggs, tan lacónico como siempre.
–Tanto
músculo sólo para sostener los huesos de un cobarde – remató
Ajniöl escupiendo el suelo.
Por unos instantes los tres nos quedamos en silencio.
Sí, era cierto que el rumor del armisticio llevaba un tiempo
serpenteando entre nosotros, pero después de algunos meses había
agotado gran parte de su credibilidad, por no decir que había
desaparecido completamente. Tampoco era la primera vez que
escuchábamos historias parecidas. Siete años de guerra dan para
muchos amagos de paz y más de uno recibió un tiro en la cabeza por
confiarse demasiado (lo que demuestra que no sólo de ilusiones se
vive, también se muere).
Como buenos veteranos permanecíamos
fieles a la eterna consigna con la que burlábamos a la muerte una y
otra vez: el ddt
(desconfiar-de-todo). Así que nos reíamos de los rumores y nunca
dejábamos de aceitar nuestras armas o de buscar la silueta del
enemigo entre las sombras. Todo parece más fácil cuando haces de la
desesperanza tu último refugio. De esa forma nos manteníamos
alertas y lejos de riesgos innecesarios.
Cuando ya no esperas salir vivo de una situación te aferras al
instante, al momento, al segundo. Llega a volverse una experiencia
casi religiosa, hay algo de enfermiza plenitud en ella. “Terminará
cuando termine” solíamos decir, “ tú ocúpate de que tu arma no
se encasquille”.
Ahora
ya no cabían dudas: Derragër
le había puesto el sello oficial. Esa paz que habíamos intentado
desterrar de nuestras mentes estaba allí, ante nuestras narices y
por un momento fue como si ya nada pudiese hacernos daño nunca más,
como acariciar la inmortalidad.
–Pero,...¿qué
cojones nos importa Sacaculo? ¡La guerra ha terminadoooo! – dije yo saltando sobre ellos, para acabar los tres en el suelo, riéndonos como críos, fundidos en un abrazo que nunca olvidaré.
3
Önchdud:
en antiguo dakk, “muerte accidental”, término usado en tiempos
de guerra para designar el asesinato encubierto de un oficial que la
tropa consideraba una amenaza seria para su seguridad. Esto siempre
fue negado por los portavoces del ejército.