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martes, 6 de mayo de 2014

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–Voy a ahorrarnos a los dos cualquier clase de filosofía, ¿vale? Mis mejores años se los he dejado a este oficio de mierda... he visto cosas... hice cosas...¡buf! Tuve que levantar un muro...¿dije uno?, ¡cientos de muros en mi memoria! ¿entiendes? Ahora nos dicen que ha terminado, pero ¿terminado para quién, si nos lo llevamos todo con nosotros? ¿Dónde coño se supone que deja uno todo esto? ¿Hay un contenedor a la salida, como en los cines? “Deje aquí las bolsas de palomitas y los vasos de plástico, por favor, ah y no se olvide de los niños mutilados, las ciudades arrasadas y los asesinatos a sangre fría.” ¡Me cago en su puta madre! ¿Cómo cojones dejas todo eso? –. Orejas me abrazó fuerte. Yo había empezado a llorar otra vez.

–¿Tú...tú recuerdas lo que era una vida normal, como eras antes de la guerra?– dijo en un tono mucho más bajo, más profundo, mientras me frotaba la espalda como para aliviarme.
–Retazos, trozos inconexos, creo...
–Eso mismo. Hemos estado en esta porquería tanto tiempo que ya no recordamos nada más. Ni quiénes fuimos ni quiénes queríamos ser... ¿Y de qué serviría recordarlo, eh?
–¿Cómo de qué?
–Del chaval aquel que vendía periódicos en las esquinas de Petnaz mientras soñaba con ser piloto de carreras, me ha quedado bien poco, colega, es decir... nada. Eso que fuimos o que queríamos ser está muerto, tío y a los muertos hay que enterrarlos para que no apesten.
–Pero, hermano, ¿no sientes como que has... perdido algo importante de ti?
–Matheus, a ver cómo te lo explico... lo más importante, lo único que la guerra no se me ha llevado es la oportunidad de empezar de nuevo. ¿Y qué, si hemos tenido que pagar un precio? Es como si te vas a comprar un coche de lujo, ¿a quién le importa el precio si puedes pagarlo? Mira a tu alrededor y verás lo que han pagado otros. Tú y yo hemos llegado hasta aquí de una pieza, que ya es decir.
–Y por el camino dejamos todo lo que hacía de nosotros una persona, todo lo que habíamos aprendido del bien y el mal...
–Hermano, tú estás más pedo que yo. Si no no se explica todo este mariconeo, eres el guerrero más duro, el peor cabronazo que conozco cuando hace falta y aún puedes darte el lujo de ser una buena persona... toda esta voltereta de que la guerra me hizo esto y que la guerra me hizo aquello... me parece que en realidad estás acojonado
–Oye, eso me ha dolido...– dije fingiendo pena
–¿No recuerdas los novatos, con sus cartas y sus fotos a las que se aferraban como a tesoros? Se lo pasaban añorando épocas que nunca volverían a ser mejores... al poco tiempo pasabas junto a ellos evitando pisar sus tripas
–Claro que lo recuerdo.
–Pensar en el ayer era un viaje a la fosa común. Había que concentrarse en la mierda del día a día y en nada más, la masticábamos y la saboreábamos sin esperar nada a cambio, ahí tienes como pudimos conseguirlo...
–Además de una buena dosis de suerte, ¿no?
–Siip, eso nunca debe faltar, colega –dijo poniéndose de pie con mucho trabajo –y ahora nos vamos.
–¿Irnos? ¿A dónde?
–Tengo un pequeño alijo de botellas en mi barraca...una resaca está esperando por nosotros, ¡y no hay que ser mal educados !

Tiró de mí hasta ponerme en la vertical. Hombro contra hombro pusimos rumbo al caserío, apenas dos bultos zigzagueantes, dos barcazas a punto de naufragar en aquel mar de hierba moribunda. Mientras en mi cabeza, abriéndose paso a través de los nubarrones del alcohol, las palabras del Orejas resonaron como si viniesen del otro lado del mundo.


–“Sobrevivir es siempre mirar hacia adelante, soldado, siempre hacia adelante”.
–Buena frase. ¿De dónde la has sacado?
–Me la dijiste tú, tarugo, hace unos años.

4 piña: nombre que comúnmente dan los soldados a las granadas de fragmentación. Su carcasa dividida en celdas recordaba esa forma.

miércoles, 19 de junio de 2013

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Mi conciencia cayó en un oscuro y negro sopor. Por unos instantes flotó en el cómodo embotamiento de la intoxicación etílica y quién sabe hasta cuándo habría disfrutado de ese privilegio... si el gilipuertas de Ajniöl no se hubiese dejado caer a mi lado, poniéndome al borde del paro cardíaco.

–¡Alférez Orejas, reportándose, mi suboficial! – dijo combinando saludo militar y eructo, en un alarde de precisión castrense.

–¡Joder! ¡Casi me matas!

Él me miró de arriba abajo.

No parece que haga falta mucho comentó arrastrando la lengua¡sólo la bolsa de plástico y la etiqueta! ¡Ja, ja, ja!

–Ya, imbécil. Tira tu aliento para otro lado ¿quieres? Huele a queso azul quemándose en una lata con gasolina...

Eeeeh...–exclamó alzando las manos como un predicador. –¿Y a ti qué coño te pasa? ¡No hace falta ponerse desagradable! Se supone que deberías estar allí, festejando, no aquí...haciendo... lo que sea que estés haciendo, joder.

–Déjame en paz, ¿vale? Cada uno lo festeja como quiere.

–No, si lo del festejo se te nota de lejos. Venga ya. Debería mandarte al calabozo por no estar pasándotelo bien, porque si no lo recuerdas, además de ser tu superior inmediato, ¡hip!, te he salvado el culo en más de una ocasión y eso me da autoridad extra.

–¿En más de una? Vas a tener que refrescarme la memoria, alférez inmediato y superior de los huevos, porque no recuerdo otra ocasión, aparte de lo del pantano de Pavlem, en que un novato como tú me sacase las castañas del fuego...

–¿Aaah, así que ahora me vienes con ésas? ¿No recuerdas, en la entrada del búnker? ¿Eh?

–¿Búnker? ¿Estás de coña? Con este pedo apenas me acuerdo de mi nombre... y tu vas y me dices “el bunker”. He visto más búnkeres que mujeres estos últimos años ¿Cuál de ellos? ¿El de Mirianna?

–No, tonto del culo, el otro, el de la Cota 435 de Las Piedras Pardas.

–¿El de la Co...? Vamos a ver, ¿dices que ahí me salvaste el culo? ¿Me tomas el pelo?

–Estábamos en la entrada del segundo búnker que acabábamos, ¡hip!, de limpiar de esa gentuza que hasta hoy por la mañana llamábamos enemigos, cuando nos lanzaron una “piña” 4 y yo...

Ey, ey, para el carro, para ahí, ¿vale? Tu estabas papando moscas en la entrada del maldito búnker y la granada te cayó justo sobre el pié, ¡sólo tuviste que sacudir la puta pierna! ¡sin mencionar que estabas salvando tu propio culo!

–Menudo malagradecido...imagínate que yo no hubiese estado ahí. Hoy estaría hablando con una bolsa de plástico llena de carne picada, ya te digo...

–Menudo morro tienes tú, Orejas – empecé a reírme y fue como una reacción en cadena. Acabamos riéndonos a carcajadas, como en los viejos tiempos, cuando no sabíamos si al día siguiente uno de los dos tendría que enterrar al otro.

–Venga, tío, suelta eso que tienes atorado ahí–. Dijo secándose las lágrimas provocadas por la risa.

–Antes pásame esa botella.

–Ah, ah, ah. De eso nada, macho, quiero que me hables, no que te duermas...o me vomites encima.

Y me lo dice el tipo con el pedo más grande que he visto en mi vida...Vale, joder, ¿qué quieres de mí? ¿Qué puedo decirte para que te vayas a tomar por culo de una puta vez?

–Tu no quieres que me vaya –dijo apretándome el cuello con su manaza– tu quieres soltarme toda esa mierda que te está amargando la vida.

–¡Me vas a romper el cuello, cabronazo!

Dejó mi pobre pescuezo y cogió la botella. Le dio un largo beso y se quedó esperando.

–¿Qué quieres saber, maldita sea ?

–Relájate, tío, o te va a dar algo...vale, de acuerdo, te dejo echar un traguito, pero no te pases– dijo ofreciéndome la botella.

Yo no me negué. El vino de arroz se abrió paso una vez más dentro de mí, como lava ardiente.

Desde atrás nos llegó la brisa del este y fue como si la soledad de la llanura se nos posase en las espaldas, pesada y sorda como una gárgola.

Pero frente a nosotros, a unos veinte metros, había otro mundo, uno donde la juerga continuaba sin notar nuestra ausencia. Entonces, un millón de grillos se nos echaron encima rascando furiosamente sus alas, llenando el aire con una única y áspera nota repetida hasta el infinito.




4 piña: nombre que comúnmente dan los soldados a las granadas de fragmentación. Su carcasa dividida en celdas recordaba esa forma.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

5


Unas horas después, algo muy parecido a la felicidad nos tenía totalmente sumidos en la euforia. Hubo abrazos, tiros al aire... la gente quería aullar y reír, como si la amargura de la guerra fuese una costra que uno pudiera sacudirse a los saltos. Las botellas de alcohol pasaron de la oscura proscripción a la absoluta reglamentariedad; hombres y mujeres, subalternos y oficiales conformaron una masa sin galones, rangos, ni categorías. Habíamos sido perdonados por la historia y el destino, teníamos el privilegio de ver una paz que pensábamos que nunca llegaría. Muchos, quizás demasiados, no habían tenido tanta suerte, así que era un poco un segundo nacimiento, un aumentar las posibilidades de vivir y quizás, algún día, de ser feliz.

Chorros de luz y sonido se dispararon en todas direcciones. El asqueroso caserío regresaba por última vez de entre las sombras de la muerte con la alegría pletórica de los supervivientes.

Yo también me sumé, me dejé arrastrar por aquella vorágine de brazos apuntando al cielo y de pies sacudiendo el polvo rojo de los patios abandonados. Reconozco que fue fantástico sentirse disuelto en la alegría colectiva, una especie de sedante para el alma. Pero luego de un rato, no sé si por la terrible calidad del beberaje o por mi maldita costumbre de siempre buscarle la quinta pata al gato, todo aquello comenzó a parecerme irreal...y la alegría empezó a desvanecerse. Una una extraña mezcla de rabia y decepción acabó alejándome de la fiesta, rumbo a una arboleda, dando tumbos, medio ciego por el maldito vino de arroz. Mi cerebro empezó a escupir preguntas como una ametralladora.

¿Que diablos estábamos festejando en realidad?

¿Dónde estaban los que se habían llevado mi mundo, los que me habían condenado tras un fusil siete terribles años?

¿Dónde estaba el enemigo humillado, dónde sus ciudades en llamas?

¿Qué clase de victoria era esa que no parecía estar derrotando a nadie?

¿Se había ganado algo además de pérdidas y renuncias?

¿Podía aquel largo acto de horror terminar así, como quien aprieta un botón y ya? ¿Cómo conseguía uno tragarse eso allí, rodeado de pastos y bichos?

Más allá de ese cóctel de borrachera y estupidez filosófica, en el mundo real, la paz estaba salvando, en ese preciso instante, miles vidas de un holocausto inútil. Veinticuatro millones de víctimas es un precio bastante alto por la supervivencia de una nación. No hacía falta ni un sólo muerto más. La paz traía una época diferente. Habría espacio para nuevos sueños y proyectos, habría más tiempo para volver a intentar mejorar el mundo, sin la interrupción de obuses o de bombas. Generaciones enteras de padres podrían ver crecer a sus hijos y, con un poco de suerte, los hijos conseguirían ver envejecer a sus padres. Todo era ganancia, al fin de cuentas.

Pero el alcohol tiene la mala costumbre de disolver los viejos tapones de las viejas heridas, haciendo que la amargura te salga por las orejas.

Tuve que reconocer que yo, el suboficial mayor Matheus Vinterjaüs, había entrado a la guerra por una cuestión totalmente personal y este final tan pulcro, tan de firmas y apretones de manos, no me satisfacía en lo más mínimo. “Se han rendido, joder,” repetía mentalmente una y otra vez, como un disco rayado, “se han rendido los muy cabrones, pero yo no lo he visto, no he visto una mierda de nada, malditas ratas, no me han dejado aplastarlas”.



Caminé en círculos profiriendo incoherencias hasta que la cabeza empezó a pesarme más que el cuerpo y tuve que dejarme caer sobre una caja de munición vacía.


Sentí también una especie de vergüenza estrujándome el alma, la lenta presión de una boa que sabes que no se detendrá. Tenía un rencor que me quemaba desde hacía mucho y eso era algo que me había roto y salvado a la vez, que había tenido mucho que ver con estar ahora allí, de pie. Estar absolutamente seguro de que lo menos humano de ti  fue lo que te ayudó a salvar el pellejo, le quita mucho encanto a la supervivencia.

Ya no pude más.

Hundí la cara entre mis manos y lloré en silencio; las lágrimas abrieron surcos de calor en mis mejillas.
En algún momento el dolor remitió y un inmenso vacío, un caerse por dentro hacia ninguna parte desplazó todo lo demás.

Siete años de coqueteo con la muerte y ahora la vida parecía tan amenazante, tan espantosamente llena de desconocidas posibilidades.

Lloré como si no importase nada más.
 
Entonces, cual ladrones, las palabras del poeta Djaal3 se colaron en mi mente hasta sonar como un timbal: “tú, que sólo sabes vivir en el infierno, ahora que el infierno se ha desaparecido ¿a dónde irás?”





4 Djaal, Gustaf (4755-4823): renombrado poeta al que se le atribuye la creación del movimiento “sensitivista”. Junto a Cannila Metre y a Pol Praüs formaron lo que hoy conocemos como “el triángulo de plata” de la poesía nacional.

 








lunes, 17 de septiembre de 2012

Bien, diversas desgracias me han mentenido alejado del sagrado vicio de la escritura...luego de esta pausa, decidi  reescribir la historia, ponerla en bloques de texto mas breves q faciliten la lectura en un formato web...espero que os guste y perdon por la ausencia...

miércoles, 11 de agosto de 2010

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No es fácil crear ni mucho menos hacerlo mateniendo un ritmo y una calidad aceptables. Llevo unos días difíciles para lograr actualizar mi blog y tengo miedo de perder a los 2 o 3 que me aun me leen. Estoy sumando material gráfico por diversión, por placer y ademas por mantener vuestro interés. Un blog de estas características es bastante duro de llevar. Además que como todo lo que hago me lo tomo a pecho, antes de agregar nada, me documento, lo estudio...pos nada me ha llevado una semana acabar el lanzador de la spr D8 y tejer una mini historia detrás y encima tratarlo gráficamente para darle cierta "veracidad".¡Ojala me tengáis paciencia!

miércoles, 28 de julio de 2010

Anexo 3



La Bomba Araña



Comparativa dimensional del misil de medio alcance spr-D8. A la izquierda vemos la pintura estándar del arma, a la derecha vemos la usada en los bombardeos del "día más negro". En un arranque de cinismo, las armas utilizadas para devastar las ciudades de la NUK, se pintaron con los colores nacionales kriglaundeses

martes, 25 de mayo de 2010

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Sentí una punzada caliente entre los dedos y el cigarrillo salió disparado en dirección desconocida acompañado de un buen juramento. El dolor me había devuelto a aquel viejo Huk y a sus remaches taladrándome las nalgas. Ajniöl había dejado de ametrallar el aire con palabras y Viggs ya no rascaba el bote de judías. Mientras soplaba mis dedos, apareció el musculoso corpachón uniformado del capitán Derragër, como un mal recuerdo en un día bonito.

Derragër no era demasiado querido en el batallón.

Corrijo, no era nada querido en el batallón.
Todos, alguna vez, habíamos acariciado la idea de acabar con él de una forma lenta y dolorosa. Extraoficialmente, se le conocía como “Capitán Sacaculo”, ya que poseía una extraordinaria habilidad para poner su trasero a salvo. Derragër era un gran devoto de sí mismo, no le importaba fastidiarle la vida a nadie si eso le beneficiaba y quedarse con el mérito de otros no le causaba ningún conflicto. Acumulaba un verdadero récord de informes levantados en su contra, informes que alguien, haciendo la vista gorda, archivaría en algún oscuro rincón de la burocracia militar.

Personalmente, nunca entendí cómo se había librado del “önchdud”3, siendo como era, un hijo de puta de mucho cuidado.



Yo ni siquiera me molesté en bajar de mi sitio para cuadrarme como correspondería ante un superior pero él hizo como que no se daba cuenta (seguramente porque entre nosotros había un asunto pendiente que él no tenía demasiado interés en aclarar, así que me evitaba todo lo que podía).

Saludamos sus galones con el automático desprecio de siempre, esperanzados en que su visita durase tanto como una meada en una carretera caliente y pudiésemos seguir con nuestras vidas ya lo bastante miserables, por cierto, como para encima tener que soportar su presencia. Pero ese día se había quedado allí, clavado como un poste ante nosotros.



“Esto no puede ser bueno”, pensé girando la cabeza hacia Viggs con la ilusión de entender algo de todo aquello, pero él me devolvió una cara de “¿y a este pájaro que le pasa?” para luego mirar al Orejas, quien a modo de respuesta torció los labios y se encogió de hombros.

Un fuerte carraspeo interrumpió nuestro lenguaje facial. Nuestro amado capitán infló su enorme tórax para luego soltarnos un breve y mal ensayado discurso con el que nos puso al tanto de que la guerra había acabado. Casi sin creérmelo escuchaba cómo el monstruo había dado sus últimos pataleos sobre una mesa rodeada de generales y fotógrafos, cómo el otrora orgulloso enemigo, había firmado su humillante rendición incondicional.

Se ha terminado toda esta mierda caballeros –concluyó Derragër, con fingida solemnidad –, seréis desmovilizados con carácter inmediato. Continúen.

Saludó brevemente, giró sobre sus enormes y relucientes botas y salió presuroso rumbo a otro grupo de soldados, seguramente para repetir su numerito, oscilando lo brazos igual que en una parada militar, como si las fuerzas celestiales lo hubiesen designado nuestro ángel mensajero de la paz.

Para una noticia buena, tenía que dárnosla un hijoeputa – reflexionó Viggs, tan lacónico como siempre.

Tanto músculo sólo para sostener los huesos de un cobarde – remató Ajniöl escupiendo el suelo.

Por unos instantes los tres nos quedamos en silencio.



Sí, era cierto que el rumor del armisticio llevaba un tiempo serpenteando entre nosotros, pero después de algunos meses había agotado gran parte de su credibilidad, por no decir que había desaparecido completamente. Tampoco era la primera vez que escuchábamos historias parecidas. Siete años de guerra dan para muchos amagos de paz y más de uno recibió un tiro en la cabeza por confiarse demasiado (lo que demuestra que no sólo de ilusiones se vive, también se muere).

Como buenos veteranos permanecíamos fieles a la eterna consigna con la que burlábamos a la muerte una y otra vez: el ddt (desconfiar-de-todo). Así que nos reíamos de los rumores y nunca dejábamos de aceitar nuestras armas o de buscar la silueta del enemigo entre las sombras. Todo parece más fácil cuando haces de la desesperanza tu último refugio. De esa forma nos manteníamos alertas y lejos de riesgos innecesarios.

Cuando ya no esperas salir vivo de una situación te aferras al instante, al momento, al segundo. Llega a volverse una experiencia casi religiosa, hay algo de enfermiza plenitud en ella. “Terminará cuando termine” solíamos decir, “ tú ocúpate de que tu arma no se encasquille”.



Ahora ya no cabían dudas: Derragër le había puesto el sello oficial. Esa paz que habíamos intentado desterrar de nuestras mentes estaba allí, ante nuestras narices y por un momento fue como si ya nada pudiese hacernos daño nunca más, como acariciar la inmortalidad.

Pero,...¿qué cojones nos importa Sacaculo? ¡La guerra ha terminadoooo!­ – dije yo saltando sobre ellos, para acabar los tres en el suelo, riéndonos como críos, fundidos en un abrazo que nunca olvidaré.



3 Önchdud: en antiguo dakk, “muerte accidental”, término usado en tiempos de guerra para designar el asesinato encubierto de un oficial que la tropa consideraba una amenaza seria para su seguridad. Esto siempre fue negado por los portavoces del ejército.