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martes, 11 de mayo de 2010

LA PATRULLA DEL INFIERNO 1er capitulo

La Patrulla del Infierno



Parte I

Nuestra vida se cimenta en la muerte de otros”
Leonardo Da Vinci

capítulo 1

La paz que nunca se firma

1

El día en que nos avisaron que la guerra había terminado yo estaba sentado sobre el chasis calcinado de un Huk-39 1, viendo cómo mi cigarrillo se convertía en una larga tripa de cenizas a punto de caer.
A mi derecha estaba Viggs, cabo primero de granaderos, rascando minuciosamente el fondo de una lata de judías con carne y, un poco más atrás, como una radio que se mantiene encendida sólo para matar el silencio, estaba el alférez mayor Ajniöl, “El Orejas”, contando no se qué de una chica rubia de alguna parte del sur.

Claudius P. Viggs era todo un personaje. En el regimiento sólo se le conocían tres estados: durmiendo, disparando y comiendo.
Dormir y disparar se le daban de maravilla. Yo mismo lo había visto roncar a pierna suelta en pleno bombardeo y, en otra ocasión, como metía un tiro limpio a través de una ventana a 25 metros con su lanzagranadas LG4, casi sin apuntar.
Pero en lo de comer era un verdadero prodigio. Su boca parecía estar siempre masticando algo. Estoy convencido que de haberlo soltado en la retaguardia enemiga los habría obligado a retroceder por falta de suministros.
Anécdotas aparte, cuando las cosas se ponían feas, siempre agradecías que Viggs estuviese en tu trinchera.

Dann Ajniöl y yo nos habíamos conocido años atrás, cuando llegó al frente sustituyendo a nuestro jefe de compañía, el teniente segundo Millhan, muerto en el sitio de Joseffsburgo.
En esa época, la escasez de oficiales hacía que el Alto Mando destinase a primera línea a todo el que sacaba un pié de la academia militar, método que les aseguraba un billete de regreso a casa con los pies por delante.
Inexpertos, totalmente desorientados, aquellos chiquillos no duraban un suspiro en el frente. Así que una y otra y otra vez se repetía la macabra ceremonia de rellenar las plazas con hombres y mujeres sin la madurez militar necesaria para sobrevivir una semana.
A ese interminable proceso le llamábamos, afectuosamente, “la moledora de carne”.

Los novatos eran sorprendidos por una brutalidad para la que ningún aula puede prepararte. Llegaban al corazón de un caos que estaba deseando comérselos y lo peor era que estaban solos. Porque nadie se les acercaba demasiado, la tropa los consideraba un imán para las balas y otras desgracias; la mayoría de veteranos apenas si les hablaban, ni siquiera se molestaban en aprender sus nombres, se los trataba como si hubiesen muerto nomás al llegar. ¿Para qué molestarte en saber nada de alguien que en breves sería reemplazado por otro rostro lívido, por otro par de ojos desorbitados?
Bastaba con informar que el o la nueva, habían caído.

En el caso de Ajniöl, le había tocado bailar con la más fea. No sólo estaba verde como una lechuga, sino que lo ponían a cargo de la compañía con más bajas del regimiento, en medio de una de las operaciones más sangrientas de la campaña de otoño. Si nadie le echaba una mano, sus expectativas de supervivencia podían medirse en horas. Cualquier soldado dirá que el plato favorito de la guerra son los novatos.
Yo ya había visto lo que le pasaba a otras compañías con un oficial imberbe a cargo y no me hacía ninguna gracia, así que tomé una decisión práctica. En cuanto pude, lo llevé a un rincón tranquilo y le dejé clara la situación.
Conseguimos llegar a un acuerdo: él se olvidaba de que era mi superior y yo le enseñaba a mantenerse de una pieza y a no arriesgar inútilmente la vida de sus hombres.
Mi apuesta resultó buena.
No tardó mucho en convertirse en un verdadero guerrero.
Poco a poco fui dejando el papel de niñera, hasta convertirnos en grandes amigos.


1 Huk-39: vehículo todo terreno de reconocimiento, ejército tzusbeko, de cuatro ruedas, seis plazas y un emplazamiento para ametralladora en el techo.